*Por Senadora Magdalena Odarda.
Este 11 de marzo se cumplen siete años del peor accidente nuclear de la historia de la humanidad, el de Fukushima (Japón), donde se fundieron tres reactores generando contaminación en la tierra, aire y el mar.
Recientemente, el Poder Ejecutivo municipal de Sierra Grande, utilizando la mayoría automática y de espaldas a los pronunciamientos de vecinos y asambleas populares en todo el territorio provincial, ha derogado la ordenanza 014/96 que declaraba al ejido municipal como “no nuclear”. Esto es contrario al principio de no regresión ambiental que dispone que una norma no puede ser modificada si para esto se retrocede en la protección obtenida. A su vez, vulnera el Principio de progresividad de la ley general del ambiente.
La ordenanza era una norma consolidada durante más de 20 años y que a su vez, se multiplicó en otros tantos municipios de la Patagonia y del país.
La ley provincial 5227 aprobaba el año pasado, es totalmente legítima e impide que proyectos nucleares de esa magnitud puedan instalarse en todo el territorio provincial. La ley nacional 24804 de actividad nuclear afirma que los emplazamientos nucleares deben tener la aprobación de los estados provinciales, y que las provincias son autónomas en la decisión de avanzar con este tipo de proyectos. Todo este marco legal le está diciendo No a la central nuclear.
No es menos importante el hecho que, días pasados fueron presentadas en la legislatura provincial más de 30 mil firmas que le dicen no a este proyecto. Claro está que aquí el que gobierna es el pueblo, algo que algunos representantes han olvidado. Sin duda la historia les hará pagar su grave error.
Rio Negro tiene más de 400 km de costa con extensas playas limpias sin contaminación alguna, con reservas faunísticas y una biodiversidad única. El Cóndor, El Espigón, la Lobería, Bahía Rosas, la Ensenada, Bahía Creek, Caleta de los Loros, Pozo Salado, Playas Doradas, San Antonio Oeste, SAEste, Área Natural protegida Punta Bermeja, Bahía San Antonio, Caleta de los Loros, Complejo Islote Lobos, Puerto Lobos y la ruta de los Acantilados.
No tienen la misma suerte las playas de Japón luego del accidente de Fukushima en el 2011. Según un estudio del Instituto Oceanográfico Woods Hole y la Universidad de Kanazawa, que publica “Proceedings of the National Academy of Sciences”, todavía queda radiación liberada por la central en 2011 en playas que están a hasta cien kilómetros.
Tras analizar ocho playas entre 2013 y 2016, los autores de la investigación descubrieron en su arena partículas radiactivas que escaparon de la planta de Fukushima 1 en 2011, como cesio 134 y cesio 137. Estas últimas pueden proceder también de los ensayos nucleares llevados a cabo en el Océano Pacífico en los años 50 y 60, pero las primeras son exclusivamente de Fukushima, afirman. Después de las fugas radiactivas que sufrió la central, donde los reactores se fundieron al averiar el tsunami sus sistemas eléctricos de refrigeración, parte del cesio liberado a la atmósfera acabó en el mar. Transportado por las corrientes, llegó a muchos kilómetros de la planta y luego las mareas lo devolvieron de nuevo a la costa, donde quedó “atrapado” en su arena.[1]
Advierten alarmados los científicos sobre este nuevo descubrimiento de las “playas radiactivas”, ya que la mitad de las 440 centrales nucleares que hay operativas en todo el mundo se hallan en las costas del mar.
Cualquier esfuerzo para evitar que se instale la planta nuclear sobre nuestras costas, no es poco, si consideramos que ante un mínimo accidente, las playas puedan contaminarse transformándose en repositorios radiactivos arrastrados por el viento y por las olas del mar. No hay ficción que pueda superar la realidad de tener playas contaminadas, mientras por intereses mezquinos algunos calculan la rentabilidad de la actividad (energía nuclear) que se encuentra en retroceso en todo el mundo.